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Acaba de finalizar en la Fundación MAFRE de Madrid, la exposición “Derain, Balthus y Giacometti”, donde de manera conjunta hemos podido ver la obra de tres artistas que, aunque pertenecientes a generaciones distintas, vivieron y trabajaron en París en la primera mitad del siglo XX, especialmente en el periodo de entreguerras.

Podríamos encuadrar a estos artistas, aun siendo ésta una expresión imprecisa, en la denominada Escuela de París, término empleado frecuentemente en los ámbitos artísticos para referirse, por unos, a las tendencias vanguardistas opuestas al expresionismo alemán de los años anteriores a la Primera Guerra Mundial y, por otros, a los artistas extranjeros llegados a la capital francesa a principios del siglo XX en busca de un ambiente propicio para el desarrollo de su arte*.

*André Warnod, crítico de arte y cronista del ambiente artístico parisino de la Belle Époque, acuñó esta expresión en 1925, apareciendo en algunos artículos de la revista Comoedia y en la cubierta e introducción de su libro “Berceaux de la jeune peinture: Montmartre, Montparnasse” (Las cunas de la joven pintura…), que ilustrado por Modigliani, hacía referencia a los artistas extranjeros llegados a la capital francesa a principios del siglo XX.

André Derain (1880-1954), fue uno de los pioneros de la llamada “Escuela de París”, junto con otros artistas como Picasso (1881-1973), Chagal (1887-1985), Modigliani (1884-1920), Van Dongen (1877-1968), Soutin (1893-1943), Foujita (1886-1968), Braque (1882-1963), Leger (1881-1955) y otros, que formaban parte de los movimientos artísticos (ismos) que siguieron al impresionismo (post-impresionismo, fovismo, cubismo, etc.).

En concreto, Derain sería uno de los fundadores del Fauvismo (del francés fauve: fiera) junto a Matisse y Vlaminck, aunque tras la Primera Guerra Mundial y a su regreso del frente, orientó su pintura hacia la tradición clásica, el dibujo y la vuelta al orden.

Balthus (Balthasar Klossouski de Rola), de origen polaco, nace París en 1908 y, Giacometti, en Suiza algunos años antes, en 1901, llegando a París en 1922; ambos, pertenecientes a una generación posterior a la de Derain e impulsados por su admiración hacia el afamado pintor, con el que coinciden a la hora de valorar el arte del pasado, inician una estrecha amistad a partir de los años treinta, compartiendo encuentros, amigos (André Breton, Albert Camus, Jean-Paul Sartre) y modelos a las que retratar, entre ellas,  la pintora y musa Isabel Rawsthorne.

¿Pero quién era esta mujer alta, ágil y magníficamente proporcionada –según descripción de James Lord, biógrafo de Giacometti–? Solo diré que veinte años después de su muerte el Reino Unido le organizó su primera exposición individual y la Tate adquirió obra suya en 2014. Para Derain era un rostro luminoso con grandes ojos rasgados, Giacometti trascendió su físico y la encerró en una de sus jaulas. También, la pintó Picasso y sus ángulos faciales obsesionaron a Francis Bacon.

Las obras expuestas responden, la mayoría de ellas, a una temática figurativa y realista: retratos, naturalezas muertas, bodegones y paisajes; géneros que inspirados en la tradición pictórica son actualizados y renovados en línea con la interpretación que cada uno de ellos hace de la realidad.

Más allá de esta confluencia en los temas, la pintura y, por extensión, la escultura de estos tres artistas, responde a inquietudes formales e intelectuales divergentes. Aunque, es verdad, que se puede apreciar un mayor acercamiento entre la pintura de Derain y Balthus que entre la de Derain y Giacometti.

La pintura netamente figurativa de Derain y Balthus, trata de captar algo más de lo literalmente representado, hay algo más allá de la realidad que representan, algo que nos recuerda las pinturas del pasado, especialmente, las de Piero de la Franchesca en el caso de Balthus y, las Caravaggio en algunas de las obras de Derain; pero, también, participan de la metafísica de Giorgio de Quirico y, de aquí que en todas las obras expuestas encontremos un complejo cruce de propuestas donde se unen aspectos del presente y del pasado.

Giacometti, en cambio, se separa de esa inicial coincidencia temática y formal para ofrecernos una estética radicalmente distinta. En sus naturalezas muertas y, sobre todo, en sus retratos, se percibe el intento de captar una realidad siempre cambiante, donde se generan infinitud de líneas, manchas y sombras con abundante materia y predominio del gris, que dan fiel testimonio de una sensibilidad artística fundamentada en el dibujo. Se aprecia en sus retratos el intento de fijar a su modelo mediante trazos superpuestos y repetidos, inmersos en una escenografía de interiores, espacios vacíos y solitarios, tratando de captar objetivamente lo subjetivo, ensayando una y otra vez hasta dar con aquello que supone lo más real y, a la vez, lo más sencillo y abstracto.

La personalidad artística de cada uno de ellos y su reflejo en la obra que crearon, podemos sintetizarla en una breve sinopsis que toma como referencia las opiniones escritas o manifestadas por los propios artistas o sus biógrafos.

Sobre Derain:

Su idea era Frans Hals, esas pinceladas maravillosas, ese logro inmediato con una sola pincelada, justamente lo contrario de lo que hago yo. Yo construyo, Derain era un pintor del primer intento. Lo típico de Derain es el ritmo de las pinceladas. Tenía una enorme inteligencia. Yo no. Yo soy muy corto, siempre lo he sido. A él, para hacer un niño le bastaba una sesión”. Biografía de Balthus, de Nicholas Fox Weber.

“Para mí era como una nube, una nube cambiante y móvil. Cambiaba a menudo de opinión, se contradecía. Una conversación con él era muy interesante y enriquecedora. Muchos piensan que influyó en mí, pero no es así. Estaba fuera de mi alcance”. Biografía de Balthus, de Nicholas Fox Weber.

Derain es el pintor que más me apasiona, el que me ha aportado más y me ha enseñado más desde Cézanne; para mí, es el más audaz.” Alberto Giacometti. Derain, última mirada, 1957.

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El pintor y su familia, 1939, André Derain.

Sobre Balthus:

En sus Memorias (edición de Alain Vircondelet), es el propio artista quien niega el malentendido que ha habido sobre su pintura, que ha sido definida como “glauque”: perversa, turbia, equívoca. “Las niñas de las que hice tantos dibujos y retratos, hasta el voluntariamente escandaloso La lección de guitarra, podrían denotar actitud compulsiva y erotómana. Para mí solo son imágenes angelicales y celestiales. En realidad yo creo más bien en la dualidad profunda de los seres; mi exigencia en el trabajo, que para mí es la palabra clave de la tarea del pintor, tiene algo de religioso, casi ascético, jansenista incluso. ¡No debemos olvidar al ángel más resplandeciente, caído y espléndido, Lucifer! La turbación adolescente de los cuerpos de mis niñas revela esa ambigüedad: luz de las tinieblas y luz de los cielos. A lo largo de mi trabajo he ido en pos del misterio de la luz”

“Tengo el mejor concepto de él. Ha recogido a través de los tiempos, el mensaje de Piero, ha profundizado en el arte de Corot y Courbet, sin renunciar a ser él mismo”. Una velada con Giacometti, Pierre Lévy.

Balthus, La Phalene, 1959-1960

Balthus, La falena, 1959-1960. Caseina y témpera sobre lienzo, 162 x 130 cm. Centro Pompidou, Museo Nacional de Arte Moderno, París.

Sobre Giacometti:

“Alberto era como dos personas. Una persona que era él mismo y otra que se reía de sí mismo.” Biografía de Balthus, de Nicholas Fox Weber.

“El estudio es el lugar de trabajo, el lugar del oficio; Me acuerdo del de Giacometti. Mágico, atestado de objetos, de materiales, de papeles, y una sensación general de estar cerca de los secretos”. Memorias de Balthus de Alain Vircondelet.

“A veces, Alberto, habla melancólicamente del momento en que podrá dejar de trabajar para siempre, cuando por fin haya conseguido representar lo que ve, realizar de forma tangible la sensación intangible de una percepción visual de la realidad. Eso, por supuesto, es imposible, y él debe saberlo.” James Lord, Retrato de Giacometti, 1965.

 “Sí, el arte me interesa mucho, pero la verdad me interesa infinitamente más. Cuanto más trabajo, más veo las cosas de otro modo, es decir, todo se hace más grande día a día. En el fondo se vuelve cada vez más desconocido, cada vez más hermoso. A veces creo que puedo atrapar la aparición y luego la pierdo de nuevo, y vuelta a empezar. Eso es lo que me hace correr, trabajar”. Escritos de Alberto Giacometti, editados por Francois Chaussende y Mari Lisa Palmer.

*Las imágenes han sido tomadas de Internet.

 

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