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He visitado la exposición de este pintor gaditano (Cádiz, 1967) afincado en Cartagena que se muestra en el Espacio 2 del Centro Párraga de Murcia. Un número de obras muy reducido, algunas de ellas de gran formato que se adaptan bien al espacio expositivo si consideramos el recorrido propuesto y el dialogo que se genera entre continente y contenido.

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Los cuadros, todos ellos, aluden a la soledad de los espacios cotidianos, de esos espacios que la arquitectura edifica para que sean habitados y que el hombre llena de cosas y objetos que le hacen compañía; espacios donde el tiempo se detiene cuando no están ocupados por el hombre; lugares que evocan la soledad, el misterio y la nostalgia de la vida.

El entramado de vigas y tirantes de hierro que cubre el techo de la sala singularizan y condicionan el espacio hasta tal punto que los cuadros expuestos se ven afectados en su composición pareciendo todavía más enigmáticos. Es como si esos cuadros que representan las cosas cotidianas cambiaran su semblanza al estar insertos en estructuras del más allá, en una nave espacial que se posa en un lugar ignoto y descubre la huella de un fósil milenario que habla desde su pasado y de su esencia más profunda.

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No conozco muy bien la obra de este artista pero descubro la influencia de los pintores realistas americanos de los años 50, en especial, de Edward Hopper; aún así, Hopper solía construir sus escenas con personajes reales –mujeres u hombres solitarios que leen un libro en la habitación de un hotel, o están sentados en la mesa de un café, en el asiento de un tren o en la butaca de un cine o teatro–.

Gonzalo Sicre compone sus escenas en espacios donde no hay nadie, son los objetos los únicos que nos narran lo que allí acontece, la acción o la inacción de la escena: El patio de butacas de un cine en penumbra donde no hay ningún espectador; el fragmento de una habitación con la puerta abierta y una silla vacía; una cama de hotel con las cortinas echadas; un sillón vacío junto a una mesita de noche sobre la que cuelga una pintura donde las olas del mar llegan a la playa; un fragmento de una cama deshecha con zapatos, libros y ropa en el suelo; una habitación con chimenea y mobiliario, cuadros y esculturas que nos acercan a los gustos y personalidad de sus moradores ausentes.

¿Por qué todo este misterio sobre objetos y espacios cotidianos? ¿Qué secretos pretende mostrarnos el artista? ¿Estamos ante un enfoque metafísico de la pintura?

El primer paso para desvelar un misterio es reconocer su existencia y Gonzalo Sicre nos propone que busquemos ese misterio en cada uno de los objetos de sus cuadros como en su día lo hicieron otros pintores. Como lo hizo De Chirico, Carrá o Morandi. Ver el mundo común de manera no común. Pensar en lo que nadie piensa, asombrarse de aquello en lo que nadie repara. Para tener pensamientos originales basta con extrañarse del mundo de manera que los objetos y los procesos más ordinarios aparezcan absolutamente nuevos. Giorgio De Chirico, influido por Schopenhauer y por Giovanni Papini,  lo dejó dicho en uno de sus escritos de juventud: “Vivir en el mundo como en un inmenso museo de extrañezas, de curiosos juguetes variopintos que cambian su semblanza, y que a veces nosotros rompemos como niños, para ver lo que hay dentro, para descubrir desengañados, que están vacíos.”

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A la salida de la sala he fotografiado el horizonte de la ciudad desde la azotea del Centro Párraga; y lo he hecho afectado por la composición, los encuadres, la luz y el color de las pinturas de Gonzalo Sicre.

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Un pensamiento en “La pintura de Gonzalo Sicre: soledad, misterio y objetos cotidianos

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